Las nuevas formas de esclavitud: la prostitución
Francisco Torres García
La
prostitución se ha convertido en uno de los ejemplos más evidentes de la pérdida
de valores que padecen nuestras sociedades. Lo que en realidad es una forma de
esclavitud ha conseguido una tolerancia, amparada en la permisividad, en
Occidente. Cuando tanto se defiende la dignidad de la mujer se prefiere ignorar
esta realidad. Comienza también a desarrollarse la prostitución masculina.
Asistimos pues a la consolidación de un auténtico mercado de esclavos ante el
que es preciso practicar tanto la denuncia como la oposición
Cada tiempo histórico desarrolla sus propias formas de
esclavitud, aun cuando la sociedad de ese tiempo no sea capaz o no quiera asumir
la realidad de su existencia.
En pleno siglo XXI, en el que se anuncia como el siglo
de los Derechos Humanos, aún subsisten tipos de esclavitud, aún cuando
las sociedades modernas sean refractarias a utilizar tal nombre; formas que nos
retrotraen a los lejanos tiempos de la imagen, no del todo exacta, del Imperio
Romano, o a las más cercanas del tráfico de negros y del mundo colonial
anglosajón.
Muchas de las formas de explotación que se dan en el
Tercer Mundo, más concretamente en lo que se viene denominando Cuarto Mundo,
están más próximas a una reedición de formas de esclavitud que a las condiciones
más míseras que se recuerden del mercado laboral.
Ahora bien, una vez planteada la cuestión de base,
conviene preguntarse: ¿existe o no existe la esclavitud en el mundo
desarrollado? ¿qué formas adopta esta nueva esclavitud? ¿se acepta su existencia
como tal o se cubre con el socorrido manto del eufemismo?
Podría establecerse, si se quisiera, toda una tipología
de la esclavitud en el mundo moderno, pero ello, evidentemente, excedería los
límites de esta reflexión. Vamos pues a detenernos en uno de los aspectos más
sórdidos de la nueva esclavitud: la prostitución.
La existencia de al esclavitud ha estado siempre en
función de los criterios morales de la sociedad que la produce o tolera.
Son esos criterios morales los que determinan los
parámetros reales y no teóricos de la libertad del hombre. La libertad es, al
mismo tiempo, tanto física como moral.
En consecuencia, la esclavitud también puede ser física
o moral, o ambas a la vez pues no existe incompatibilidad en esta realidad.
Parece evidente que, a simple vista, en el mundo
occidental y desarrollado lo que usualmente entendemos por esclavitud física es
prácticamente inexistente, pero, sin embargo, la esclavitud moral, producto de
la crisis general de valores que sufre occidente, en silencio y sin ser
realmente percibida en toda su dimensión y consecuencias, se ha extendido sin
freno alguno en unas sociedades claramente enfermas.
Esta crisis de valores morales, fermento de nuevas
formas de esclavitud, carece de muros de contención, por lo que el problema,
lejos de ir disminuyendo, continuará aumentando
progresivamente.
Qué duda cabe de que la prostitución es una de las
manifestaciones más palpables, pero también sobre la que menos conciencia
colectiva se tiene, de esa esclavitud de orden básicamente moral que hoy
padecemos.
Cierto es que la prostitución es tan antigua como el
orden social que puede acabar subvirtiendo y que su erradicación se antoja
difícil, pero no es menos cierto que la existencia del desorden no puede
conllevar su aceptación o lo que es más grave, su tolerancia
permisiva.
El incremento de la prostitución en el mundo
desarrollado se ha desatado en occidente en los últimos años.
El denominado efecto llamada sobre sociedades o
ámbitos más pobres, en lugares donde la prostitución es una forma más de
subsistencia en la pobreza, también se ha producido en este ámbito.
La realidad nos dice que existe una auténtica corriente
migratoria que, desde el Tercer Mundo, Hispanoamérica o los países del Este
tiene como finalidad el ejercicio de la prostitución; corriente que se suma a la
propia de cada país que, aunque en descenso, continua existiendo.
Conviene también tener presente, para enmarcar bien los
límites del tema, que una parte importantísima de esa inmigración no es
voluntaria sino producto de lo que podría calificarse como un nuevo tráfico de
esclavos, del que la denominada trata de blancas es solamente la punta de un
inmenso iceberg.
Engañadas, secuestradas, atraídas por un supuesto dinero
fácil, empujadas en muchos casos por la necesidad, vendidas, con evidente
pérdida de valores morales, sin conciencia de la propia dignidad... llegan a
nuestros países, cada año, miles de mujeres, que se dedican al ejercicio de la
prostitución.
Resulta sencillo percibir, si no queremos mirar hacia
otro lado, esta realidad con tan solo mirar a nuestro
alrededor.
No es preciso entrar en los sórdidos ambientes de los
locales de carretera, en las hipotéticas casas de sauna y masaje que se anuncian
en la prensa, en las centenas de pequeños anuncios por palabras que pueblan los
periódicos de toda nuestra geografía, o en los lujos de la prostitución de alto
nivel -justificada por algunos por sus altos ingresos-, basta con pasear por
determinadas calles y jardines de nuestras ciudades, donde las miserias de la
prostitución se hacen más evidentes, con la interminable fila de mujeres puestas
en el nuevo mercado de esclavos y el proxeneta, junto con algún matón de baja
estofa, apostado en algún vehículo de la zona.
Entre doscientas y trescientas mil mujeres se calcula, y
es prácticamente imposible evaluar la cifra, que practican, de forma constante,
la prostitución en España.
La inmensa mayoría, si empleásemos el lenguaje laboral
al uso, no son "trabajadoras" por cuenta propia sino por cuenta ajena.
Una parte importante de ellas son víctimas, además, de lo que se llama la
violencia de género, de los malos tratos.
Sobre este mundo se ha alzado una importante red de
negocios, en muchos casos de dudosa legalidad, que mueve cientos de millones de
euros al año.
Sería muy prolijo entrar en ejemplos concretos. Sin
embargo, conviene detenernos en algunos casos.
Las zonas de acumulación de inmigrantes se han
convertido en un paraíso para los negocios de prostitución. Los locales se
multiplican. El objetivo es retener una parte importante de los salarios de esos
inmigrantes que trabajan en el campo de sol a sol iniciando un círculo vicioso
de consecuencias difíciles de evaluar.
Casi tan problemática como la prostitución es la
propaganda pública de la prostitución. Existe una propaganda encubierta cuando
se hace alabanza pública de quienes, utilizando el sexo, escalan en la pirámide
social y se convierten, por ese mérito, en personajes públicos de salarios de
escándalo.
Existe una propaganda encubierta cuando con argumentos,
más o menos sensibles, recurriendo al victimismo, se pretende una legalización,
olvidando la tan exigida defensa de la dignidad de la
mujer.
Existe una propaganda encubierta amparada en el falso
lema de la libertad sin principios y de la autonomía
personal.
Existe, desgraciadamente, otra prostitución, la
ocasional. Producto de la pérdida de valores y de dignidad, de la laxitud moral
que nos invade.
Prostitución de la que se tiene noticia pero de la que
poco se habla. Existe en los campus universitarios, existe en centros de ocio y
diversión, existe en los espectáculos de sexo para despedidas diversas y fines
de semana, existe entre señoras respetables y ahora también comienza a
extenderse, lentamente, la prostitución masculina.
Esta nueva forma de esclavitud que se está asentando
ante nuestras atónitas e impotentes miradas no sólo esclaviza al que la practica
sino que también convierte, poco a poco, en esclavos morales a quienes la
utilizan.
En Revista Arbil N°
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